Mientras les explicaba eso, se le acercó un funcionario, se postró y le dijo: Mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y ella recobrará la vida.
Un funcionario se acerca a Jesús mientras les explicaba lo del vino nuevo y los odres viejos. Son dos los milagros que nos ofrece Mateo; lo hace con menos detalles que Marcos (5, 21-43) o Lucas (8, 40-56). De todos modos, el Evangelista presenta muy bien las dos cosas que quiere mostrarnos: la fe del funcionario y de la mujer por una parte y, por otra parte, la presteza de Jesús en atenderles.
La fe del funcionario es grande, muy grande; cree que Jesús puede devolver a la vida a su hija muerta. La fe de la mujer es también muy grande; cree que sanará con solo tocar el borde de su manto.
Entre tanto, una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias, se le acercó por detrás y le tocó la orla de su manto. Pues se decía: Con solo tocar su manto, quedaré sana.
Esta mujer representa bien a muchas personas que van por la vida abrumadas por traumas y complejos; personas que suspiran por descubrir la luz y la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Como la enfermedad de la mujer tiene que ver con su genitalidad, ella vive víctima de un tabú que la obliga a encerrarse en un caparazón de soledad y de vergüenza.
El Papa Francisco dice: Para tener acceso al corazón del Señor hay un solo requisito: sentirse necesitado de curación y confiarse a Él. Yo os pregunto: ¿Cada uno de vosotros se siente necesitado de curación? ¿De cualquier cosa, de cualquier pecado, de cualquier problema? Y, si sientes esto, ¿tienes fe en Jesús?
Señor, me gustaría tocar más el borde de tu manto y menos el mío. Si quieres, como te pidió el leproso, puedes aumentar mi fe. "Yo TE GUARDARÉ dondequiera que vayas, y te volveré a esta tierra y NO TE ABANDONARÉ HASTA QUE CUMPLA LO QUE HE PROMETIDO". (primera lectura). Gracias Dios mío, en Ti confío.
¡Gloria a Dios!