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10/07/2024 Miércoles 14 (Mt 10, 1-7)

Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce apóstoles son éstos.

Los tres primeros Evangelistas nos ofrecen los nombres de los doce. Son llamados cada uno por su nombre. Cada uno con su historia personal. Cada uno distinto de los otros. A Jesús no se le ocurre pensar en distintivos o indumentarias que los distingan y distancien del pueblo. Deben distinguirse por su estilo de vida y por su cercanía a todos, comenzando por los más vulnerables.

Pero el título de apóstol no es exclusivo de ellos; también reciben el título de apóstol algunas figuras importantes de la Iglesia primitiva, como Pablo o Bernabé. Es más; todo creyente debe sentirse apóstol y no tener reparo en añadir el propio nombre a la lista de los doce ya que todos somos enviados y, como dijo Jesús, el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún (Jn 14, 12).

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos.

Lo repetirá al final: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación (Mc 16, 15). Los quiere siempre en camino; nunca instalados, nunca atados a unas personas o unos lugares.

Quizá las palabras que mejor definen nuestra misión, la misión de todo creyente, la misión de todo apóstol, son las de la madre de Jesús en Caná: No tienen vino. En eso consiste lo nuestro. Para eso hemos sido agraciados con el don de la fe. Para, siguiendo los pasos de Jesús, poner vida en abundancia en nuestro pequeño y grande mundo.

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