Si tu hermano te ofende, ve y amonéstalo, tú y él a solas.
Tendremos una mejor comprensión de este Evangelio, si lo leemos junto con la parábola que sigue a continuación. Es la parábola del perdón que concluye así: Esto mismo hará con vosotros mi padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano. Todo esto gira en torno a la corrección fraterna, a la convivencia, al amor fraterno, al mandamiento del amor: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 15, 12). Como yo os he amado; Él, el punto de referencia de la mejor convivencia, del mejor amor.
La mejor convivencia y el mejor amor tienen un enemigo descomunal en el YO. Es un enemigo que dispone de gran variedad de disfraces: victimismo, vanagloria, autoreferencialidad, egocentrismo... Algunos de ellos pretenden ser revestimientos de santidad.
De todos modos, cuando escuchamos la invitación a la corrección fraterna, nos sentimos incómodos. ¿Quizá por una conciencia delicada que me avisa de no meterme donde no debo? ¿Quizá porque temo alterar la comodidad en que vivo instalado?
San Pablo, que tuvo muchos problemas de convivencia, abunda en buenas consideraciones. A decir verdad, más sobre el perdón que sobre la corrección:
- Si alguno es sorprendido en alguna falta, corregidle con espíritu de mansedumbre… Porque si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo (Gal 6, 1).
- Revestíos de entrañas de misericordia, soportándoos unos a otros, y perdonándoos como el Señor os perdonó (Col 3, 12-13).
- Sed amables entre vosotros, compasivos, perdonándoos como os perdonó Dios en Cristo (Ef 4, 32).
- El amor fraterno sea afectuoso, estimando en más a los otros (Rm 12, 10). El amor es el cumplimiento cabal de la ley (Rm 13, 10).
Cuando decidimos acometer una corrección fraterna, tengamos presente esta regla de oro: Una verdad que no es caritativa, procede de una caridad que no es verdadera (San Francisco de Sales).
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