Yendo de camino, entró Jesús en una aldea. Una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras.
Marta y María. Dos hermanas. Son inseparables; naturalmente, con las tiranteces de toda convivencia. Ellas son las dos caras o los dos rasgos que han de estar presentes en la vida del creyente, como lo estaban en la de Jesús. Él era María cuando se levantaba temprano para estar a solas con Abbá; Él era Marta cuando dedicaba el resto de la jornada a los demás.
De todos modos, como Jesús, oraremos siempre; tanto cuando con los ojos cerrados y las manos juntas, como cuando con los ojos abiertos y las manos ocupadas. La gran maestra de oración que es Santa Teresa escribe: Aquí se ha de ver el amor, que no en los rincones sino en mitad de las ocasiones…Recia cosa sería que solo en los rincones se pudiese hacer oración. También entre los pucheros anda Dios.
Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria.
Es un toque de atención saludable para todos, especialmente para los más inquietos y activos. Para quienes no acabamos de entender que lo más importante no es lo que nosotros hacemos por Él, sino lo que Él hace por nosotros.
Comenta el Papa Francisco: He aquí qué quiere decirnos el Señor. La primera tarea en la vida es ésta: la oración. Pero no la oración de las palabras como papagayos, sino la oración del corazón, a través de la cual es posible mirar al Señor, escuchar al Señor, pedir al Señor. Y nosotros sabemos que la oración hace milagros.
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