HabÃa un hombre rico que tenÃa un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda.
Jesús, para sus parábolas, usa ejemplos tomados de la vida real; ejemplos que todo el mundo entiende fácilmente. Y, como también entonces la corrupción era una epidemia social, echa mano de un hombre corrupto para decirnos a los hijos de la luz que, sin ser corruptos, debemos ser sagaces. Asà lo dirá de otra manera y en otro momento: Sed cautos como serpientes y cándidos como palomas (Mt 10, 16).
San Pablo nos dice que la caridad todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta (1 Cor 13, 7). Y Jesús: al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra (Mt 5, 39). Pero cuando Jesús fue abofeteado, no presentó la otra mejilla, sino que plantó cara a su agresor (Jn 18, 23). Siempre y para todo, es cuestión de discernimiento; es decir, de estar conectados a la Palabra de Dios como los sarmientos a la vid.
El administrador se gana la admiración del amo cuando se pone a pensar; hasta entonces no lo habÃa hecho. El suyo es un proceso parecido al del hijo pródigo; al de tantos hijos pródigos. PodrÃamos ser muy piadosos y estar muy convencidos de lo correcto de nuestro pensar y vivir, y no ser fieles al Señor porque no dedicamos tiempo a la Palabra de Dios rumiada en el silencio. VivirÃamos centrados en nosotros mismos, desconectados de Él y desconectados de nuestros prójimos. La pausa pensativa del administrador le llevó a un gran descubrimiento: le llevó a comprender la necesidad de los otros para poder sobrevivir.