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10/12/2024 Martes 2º de Adviento (Mt 18, 12-14)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 9 dic 2024
  • 2 Min. de lectura

Suponed que un hombre tiene cien ovejas. Si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida?

Difícil encontrar una descripción más acertada del corazón de Dios. Difícil también, para quienes pensamos en un Dios premiador de buenos y castigador de malos, aceptar esta imagen tan revolucionaria.

¿Qué os parece? Así introduce Jesús la parábola. Tras escucharla podríamos responderle que nos parece algo asombroso. Por mucho que lo repitamos, nunca deja de fascinarnos. Es el asombro que acompaña al progresivo descubrimiento del Dios que nos ama con un amor que sobrepasa las más fantasiosas expectativas: Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.

¿No deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida?

La oveja más torpe, la perdida, se convierte en centro de atención del pastor. Como si no existiesen las otras noventa y nueve. Este comportamiento de Dios nos lleva a vivir la fraternidad con criterios parecidos a los que guiaban la vida de nuestro Pastor: Tened los mismos sentimientos del Mesías Jesús, el cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo. Se hizo obediente hasta la muerte, una muerte de cruz ( Flp 2, 5-8).

Dice el Papa Francisco: Dios juzga con amor, tanto, tanto, tanto que envió a su Hijo. Y Juan subraya: no a juzgar sino a salvar; no a condenar, sino a salvar. Él ama a cada una personalmente. No ama la masa indistinta. ¡No! Nos ama por nombre, nos ama como somos.

 
 
 

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