Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo.
La sal y la luz son buenas en cuanto sirven para algo: la sal, para condimentar alimentos; la luz, para iluminar y hacer visibles objetos y personas. Ambas llevan a cabo su tarea sin meter ruido, con discreción, al estilo de Dios. De igual manera, el cristiano es buen cristiano si sirve para algo; si sirve para ayudar a otros alegrando, aliviando, orientando sus vidas. De ahí que para calibrar los quilates de la vida de un cristiano no hay que mirar a su interior sino a su exterior, a la influencia positiva o negativa que ejerce en quienes tiene alrededor: Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
El Papa Francisco hace esta reflexión: Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos… Lo que necesita hoy la Iglesia es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones.
Hoy Jesús nos dice: Vosotros sois la luz del mundo. Para entenderle bien es necesario escuchar estas otras palabras: Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida (Jn 8, 12). Jesús, como la luz, no cambia las cosas, pero las llena de sentido y vitalidad. Reflejemos la Luz, porque la Luz es la Vida, y la Vida es la Luz de los hombres (Jn 1, 4).
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