San Benito. Nació en Nursia en el 480, y murió en Montecassino en el 547. Es el patriarca del monacato occidental. Escribió para sus monjes la Regla de vida que lleva su nombre: No antepongan absolutamente nada a Cristo. Pablo VI lo declaró patrono de Europa en 1964.
Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?
Así de reivindicativo se muestra Pedro. No olvida lo prometido cuando fue llamado junto con su hermano Andrés: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres (Mt 4, 19). Entonces no entendieron a Jesús. Tampoco ahora. Creían que seguir a Jesús les reportaría beneficios. Ahora Pedro pide a Jesús que concrete su promesa. Él y sus compañeros, están lejos de entender y asimilar la cruz; lejos, por tanto, de entender y asimilar la gratuidad. Más adelante sí que lo hará: Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria (1 P 4, 13).
La cariñosa respuesta de Jesús es una promesa que desborda las exigencias de Pedro: Todo el que por mí deja casa, hermanos, hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Como dice el Papa Francisco, el seguimiento de Jesús redimensiona nuestra vida y amplía la familia de sangre a la fraternidad universal.
La invitación a seguir a Jesús, cosa de todo creyente, es una invitación a la gratuidad; aunque nunca logremos desprendernos del todo del deseo de reconocimientos y prestigios. Ni nos escandalizaremos cuando lo veamos en otros, ni nos desanimaremos cuando lo veamos en nosotros mismos. De cualquier modo, aunque seamos tan egoístas como Pedro, la promesa de Jesús se cumplirá siempre.
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