El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
La parábola invita a la confianza, especialmente cuando el mal parece tener el dominio de mi persona o del mundo. Aprendamos del agricultor, que espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías (St 5, 7).
La parábola invita a ir desprendiéndonos de la tendencia innata a comprenderlo todo y a controlarlo todo. ¡Qué envidiable la vida de quien, haciéndose como niño, deja todas sus preocupaciones en las manos de Dios, pues Él cuida de nosotros (1 P 5, 7). No andéis, pues, preocupados. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso (Mt 6, 31-32). En verdad, mientras no nos hagamos como niños, no entraremos en el Reino de los Cielos (Mt 18, 3).
La parábola invita a no desanimarnos al ver que nuestros esfuerzos no producen los frutos esperados. San Pablo dice: Yo planté, Apolo regó; mas ha sido Dios quien hizo crecer. De modo que ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que hace crecer (1 Cor 3, 6-7).
Dentro de los pliegues de eventos personales y sociales que a veces parecen marcar el naufragio de la esperanza, es necesario permanecer confiados en el actuar tenue pero poderoso de Dios. Por eso, en los momentos de oscuridad y de dificultad no debemos desmoronarnos, sino permanecer anclados en la fidelidad de Dios, en su presencia que siempre salva. Recordad esto: Dios siempre salva (Papa Francisco).
Comments