¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero?
Hay personas que, por naturaleza, gustan de ocupar el centro del escenario. Otros prefieren permanecer escondidos. No es cuestión de un mayor o menor grado de humildad; el orgullo, en lo hondo del ser, es parecido en todos. Jesús nos invita a todos a hacer brillar la lámpara de la fe para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 16). La invitación es para todos: los histriónicos y los callados. Que brillen vidas, no doctrinas o ideologías.
Podemos interpretar la parábola desde las palabras de Jesús: Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5, 14). Fueron luz del mundo, por ejemplo, los siervos que hicieron producir los talentos recibidos. Podemos interpretar la parábola desde estas otras palabras: Yo soy la luz del mundo (Jn 8, 12). Él es la luz que, permaneciendo oculta para muchos, acabará manifestándose a todos, porque: nada ha sucedido en secreto que no venga a ser descubierto. La luz que es Jesús, llegada la plenitud de los tiempos, hará que toda tiniebla desaparezca. Lo sabía bien Pablo: Todo tendrá a Cristo por cabeza en la plenitud de los tiempos; lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).
Quien tenga oídos para oír, que oiga.
Jesús nos pide mucha atención; no es lo mismo oír que escuchar. Escuchar significa adoptar una actitud y una disponibilidad que van más allá de los dictados del sentido común y de la razón. Escuchar significa salir de los dominios del ego para vivir orientados hacia el Señor y hacia los hermanos.
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