San Benito (+547), patrono de Europa, es el autor de la regla monástica más significativa en la historia de la vida religiosa. Pide a sus monjes que se adelanten a honrarse unos a otros; que se soporten con gran paciencia sus debilidades, tanto físicas como morales; que no antepongan absolutamente nada a Cristo.
Dijo Pedro a Jesús: Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?
Es demasiado pronto para que Pedro siga a Jesús de forma desinteresada. Jesús se muestra comprensivo; sabe que todo necesita tiempo para llegar a madurar. Mientras soy novicio en el seguimiento vivo preocupado con lo mío. Siento la necesidad de justificarme ante Dios, ante los demás y ante mí mismo. Busco reconocimientos; busco significar algo en mi entorno. Todo esto, porque que no acabo de creer que Dios me está amando de manera absolutamente gratuita en el Crucificado.
Pero poco a poco, el Señor me va introduciendo, como a Pedro, en su órbita: la de la gratuidad. Me va enseñando a vivirlo todo desde la fe, fiándome, abandonándome en sus manos. Es éste un don muy grande. No es algo racional; tampoco razonable. A este don se responde con la gratitud y la alabanza.
Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.
La vida eterna no es solo la vida del más allá, sino que es la vida plena, realizada, sin límites. ¿Qué debemos hacer para alcanzarla?... El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan; prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica y luminosa (Papa Francisco).
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