Los judíos murmuraban porque había dicho que era el pan bajado del cielo, y decían: ¿No es éste el hijo de José?
Estamos leyendo, a lo largo de varios domingos, el discurso del Pan de Vida del capítulo 6 del Evangelio de Juan. Lo leído hoy muestra el comienzo del rechazo de los judíos a las, para ellos, extravagantes afirmaciones de Jesús. Por ahora, solo el comienzo del rechazo. Al final del discurso, el rechazo será tajante y casi unánime. Y todo porque creen conocer a Jesús y lo que oyen no encaja con la idea que tienen de Él.
¿No es éste el hijo de José? Aquellos judíos creen conocerle; algunos han crecido juntos desde niños. Algo parecido sucede hoy con los nacidos en familias cristianas. Creemos conocer Jesús, creemos saber lo que significa ser cristiano, pero resulta que lo que creemos conocer, se convierte en el mayor obstáculo para el mejor conocimiento de Jesús.
¿Quizá el mejor conocimiento de Jesús tiene poco que ver con el haber crecido en un ambiente cristiano? Es lo que parece decirnos Jesús: Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae. No somos cristianos de nacimiento. Todo es gracia y todo es don. No es que unos hayamos sido predestinados para ser salvados y otros no. Todos hemos sido predestinados para la gloria. Pero el caminar hacia esa gloria iluminados con la luz de la fe, con el mejor conocimiento de Jesús, eso es para unos pocos privilegiados. Por eso dice Jesús: Os aseguro que quien cree tiene vida eterna. En presente de indicativo. La fe verdadera es experiencia de salvación. Como la que proclama la madre de Jesús en el Magnificat.
Jesús sabe que el Padre le pide no solo dar de comer a la gente, sino darse a sí mismo, partirse a sí mismo, para que nosotros podamos tener la vida. Estas palabras del Señor despiertan en nosotros el estupor por el don de la Eucaristía. Renovemos este estupor. Hagámoslo adorando el Pan de vida, porque la adoración llena la vida de estupor (Papa Francisco).
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