Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada.
Allí, en la sinagoga. Allí donde la religiosidad farisea corta las alas de quienes deberían volar hacia Dios y hacia los hermanos y hace de ellos momias de museo.
Los maestros de la ley espiaban a Jesús, por ver si lo sanaría en sábado y tener así algún pretexto para acusarle.
¿Qué hay detrás de tan equivocada actitud? ¿Quizá algo tan típico del espíritu fariseo como el celo por una ley de Dios mal entendida? ¿O quizá el pecado de envidia, tan típico de los humanos, que hace que nos entristezcamos ante el bien que otro hace? Podemos preguntarnos si lo hemos superado y hemos llegado a alegrarnos del bien de los demás.
Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla.
En este caso, hacer el mal sería sinónimo de no hacer nada. El caso es que hay razones de peso para no hacer nada y dejar la curación para mañana, porque no hay urgencias ni peligro de muerte. Además se evitaría el escándalo provocado entre la autoridad religiosa.
Ellos, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús.
Como no encuentran la manera de desacreditar a Jesús ante el pueblo, comienzan a pensar en eliminarlo. Son el paradigma de la autosuficiencia. En ningún momento se preguntan si podrían estar ellos mismos equivocados. Conocen las Escrituras, las repitan con frecuencia, pero no las asimilan: Un sacrificio no te satisface, si te ofrezco un holocausto, no lo aceptas. Sacrificio, para Dios, es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú, Dios, no lo desprecias (Salmo 51, 18).
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