Dichosos los pobres, porque el reinado de Dios les pertenece.
De no haberlo dicho Jesús, nadie habría osado inventar estas palabras. Son difíciles de entender y difíciles de asimilar. Pueden sonar a tomadura de pelo. Pero las tomamos muy en serio porque son palabras suyas. Y son, en primer lugar, un retrato de su propia persona, porque siendo de condición divina, no codició ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo (Flp 2, 6-7).
El Papa Francisco comenta: Las Bienaventuranzas de Jesús son un mensaje decisivo, que nos empuja a no depositar nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no buscar la felicidad siguiendo a los vendedores de humo. El Señor nos ayuda a abrir los ojos, a adquirir una visión más penetrante de la realidad, a curarnos de la miopía crónica que el espíritu mundano nos contagia.
Pero la Bienaventuranza de los pobres va más allá de las cosas materiales y pasajeras. Dichosos los pobres, primera de las Bienaventuranzas, sirve de telón de fondo a todas las demás. Nos lleva a despojarnos de nosotros mismos; a dejar de poner el propio yo en el centro del mundo.
Con esta Bienaventuranza, Jesús no está dando el visto bueno a reacciones agresivas ante situaciones injustas de carácter personal o social. La mansedumbre y el perdón son irrenunciables. Bien dijo el Papa Juan Pablo II: No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón.
Las Bienaventuranzas son el idioma de la cruz, capaz de confundir cualquier sabiduría humana (1 Cor 1, 19-25). Con las Bienaventuranzas Jesús nos ofrece su proyecto de vida, el suyo, el del amor; un amor cuyo rostro más visible es el perdón.
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