Una vez estaba en un lugar orando. Cuando terminó, uno de los discípulos le pidió: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Cuando terminó. Le han estado observando y no han querido interrumpirle. Los discípulos saben rezar, conocen de memoria, repiten con frecuencia en casa y en la sinagoga muchos salmos y oraciones… Pero no saben orar como Jesús. Le piden que les enseñe:
Él les dijo:Cuando oréis, decid: Padre…
¿Otra oración más que añadir a la lista de oraciones ya conocidas? No. La palabra PADRE invita a la pausa, al asombro, al gozo, a la confianza, a la gratitud, a la alabanza… La palabra PADRE invita a ser repetida una y otra vez, como el niño repite sobre las rodillas de papá o mamá, los ojos en los ojos, la palabra papá o mamá. No es necesario adoptar técnicas orientales de recogimiento, ni emprender complicados ejercicios de meditación, ya que la oración no es en un sumergirse en uno mismo, sino un encuentro con el Padre, en el Hijo y en el Espíritu.
Un santo monje oriental escribe: Si quieres orar con el espíritu y corazón unidos y no lo alcanzas, di la plegaria con los labios y fija tu espíritu en las palabras de la plegaria. Con el tiempo, el Señor te dará la oración del corazón, sin distracción, y orarás con facilidad.
La oración del Padrenuestro nos ayuda a ser más hijos y más hermanos: Es Él quien nos enseña, desde dentro, del corazón, cómo decir PADRE y cómo decir NUESTRO. Pidamos hoy al Espíritu Santo que nos enseñe a decir PADRE y a decir NUESTRO, haciendo la paz con todos nuestros enemigos (Papa Francisco).
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