Dichosos los pobres de corazón, porque el reinado de Dios les pertenece.
Las Bienaventuranzas están supuestas a ser el proyecto de vida de todo seguidor de Jesús. Si no tengo fe las arrincono de inmediato porque me suenan a proyecto imposible. Si tengo fe las tomo en serio, fiándome del Espíritu más que de mis propias fuerzas. Entonces acepto tranquilo mis limitaciones sabiendo que es el Señor quien tiene el control de todo. Así lo hizo san Pablo: Por eso me complazco en mis flaquezas…, porque cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte (2 Cor 12, 10).
Jesús se aleja del pensamiento tradicional judío que defendía que Dios recompensa la buena conducta con la riqueza: Si obedeces y escuchas la voz del Señor tu Dios…, Él te bendecirá en tus graneros y en tus empresas (Deut 28). De hecho, con las Bienaventuranzas, Jesús nos ofrece una imagen muy novedosa de Dios; es el Dios de los desheredados y de los que se preocupan por ellos.
Las Bienaventuranzas son un buen retrato de Jesús. Todas ellas, tanto las del Evangelio de hoy como otras muchas repartidas en distintas páginas de los Evangelios. Todas alcanzan su máxima expresión en la que pronunció Jesús después de resucitado: Dichosos los que no han visto y han creído (Jn 20, 29). Será una hermosa oración y un buen acto de fe acostumbrarnos a leer y releer y rumiar las Bienaventuranzas con el rostro de Jesús como telón de fondo.
El Papa Francisco dice que las Bienaventuranzas de Jesús son portadoras de una novedad revolucionaria, de un modelo de felicidad opuesto al que habitualmente nos comunican los medios de comunicación y la opinión dominante.
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