Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; sed cautos como serpientes y cándidos como palomas.
Mirad, yo os envío. El enviado, después de escuchar a quien lo envía, parte a cumplir su cometido. Todos somos enviados; todos, llamados a ser testigos de nuestra fe, siendo la sal y la luz del mundo.
Jesús no invita a sus seguidores a formar un grupo cerrado en sí mismo; no piensa en una institución preocupada de su propia organización. Jesús nos invita a salir y proclamar la Buena Noticia de Dios a todo el mundo. Al Papa Francisco le gusta hablar de una Iglesia en salida; una Iglesia que sale a las periferias de la existencia, donde se encuentran los más necesitados. El Papa Benedicto había dicho: La Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad. A la luz del Evangelio resulta absurdo que los seguidores de Jesús recurramos a atuendos que nos identifiquen con cargos jerárquicos o con pertenencias a unas asociaciones religiosas. Lo que nos debe distinguir es el estilo de vida, la acogida, la entrega a los más indigentes.
Jesús no hace el mínimo esfuerzo por ganar adeptos presentando un camino de rosas para sus seguidores. Al contrario, parece empeñado en presentar un panorama oscuro: Seréis odiados de todos por mi causa. Claro que no tendremos problemas en el mundo si representamos una religión de ritos y sacristías. Sí que los tendremos si representamos la Iglesia de las Bienaventuranzas. Entonces deberemos ser cautos como serpientes y cándidos como palomas. Y así será si en todo momento nos sentimos bien acompañados: Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Y si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rm 8, 31).
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