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12/08/2020 Miércoles 19 (Mt 18, 15-20)

Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él.

Con delicadeza, con cariño, intentando no herir. Ante los errores o tropiezos ajenos puedo pecar por defecto o por exceso. Por defecto, cuando digo: allá él; y me desentiendo del caso. Por exceso, cuando me rasgo las vestiduras y clamo ante cielo y tierra por semejante maldad. Lo que Jesús me está pidiendo lo haré si, antes de toda otra reacción, llevo el asunto a mi oración; la Palabra de Dios me iluminará. También puede ser oportuno recurrir con discreción a otros para discernir el mejor camino a seguir. Las palabras finales en el Evangelio de hoy me invitan a esto: Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano.

Es un extremo que, a nivel de Iglesia-institución, recibe el nombre de excomunión. San Pablo la practicó con algunos renegados: les entregué a Satanás para que aprendiesen a no blasfemar (1 Tim 1, 20). Y aunque parece algo que no encaja con el estilo de Jesús, también Él la practicó con los dirigentes religiosos de su tiempo.

La comunidad es el signo de la vida cristiana. Pero no hay comunidad sin cuidado de la responsabilidad personal en ella y sin confrontación. Cuando la fraternidad se rompe, es necesario restaurarla y entrar en dinámicas hondas de reconciliación (Papa Francisco).

Hablar de comunidad y fraternidad conduce inevitablemente a la oración personal y comunitaria. Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos.

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