¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Por vuestra poca fe… (Si tuvierais fe) nada os resultaría imposible.
Jesús ha estado con tres de sus discípulos en la montaña de la transfiguración. Entretanto, los otros nueve han intentado curar a un muchacho epiléptico. El padre del muchacho se lamenta: Se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo. Después de sanar al muchacho, Jesús aprovecha el momento para impartir una lección sobre la fe. La lección concluye con una afirmación categórica: Todo es posible para quien tiene fe. Lo repetirá más adelante ante una higuera seca: Todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis (Mt 21, 22). Lo volverá a decir en la sobremesa de la última cena: Quien cree en mí, hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo voy al Padre (Jn 14, 12).
¿De dónde el poder de la fe? Según Jesús, el poder de la fe es el mismo poder de Dios. Es evidente que los discípulos podemos tener mucha o poca fe. ¿Cómo hacer para que nuestra fe endeble sea más robusta? ¿Cómo nutrirla? Con los dos platos de la comida del pan vivo bajado del cielo; tal como hizo Jesús con los discípulos de Emaús. El primer plato, el del pan de la Palabra de Dios en la Escritura: Comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a Él. El segundo plato, el del pan de la Palabra de Dios en el Sacramento: Mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio (Lc 24, 27-30).
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