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12/09/2023 Martes 23 (Lc 6, 12-19)

Por aquellos días, se fue Él al monte a orar y se pasó la noche orando a Dios.

Son muchos los que le siguen. Jesús decide escoger entre ellos un grupo selecto de doce discípulos. Es una decisión de gran importancia. Por eso piensa que debe poner el asunto en manos del Padre y pasa la noche entera en oración. Hace lo que les pide que hagan ellos. Y así es cómo no será Él quien hable, sino el Espíritu del Padre el que hablará por Él (Mt 10, 20).

Cuando se hizo de día, llamó a los discípulos, eligió entre ellos a doce y los llamó apóstoles.

A cada uno llama por su nombre. Los llama desde el monte donde ha pasado la noche orando. Ellos, uno por uno, van subiendo hacia Él. Luego bajará con ellos y se detendrá en un llano. Todo está saturado de un profundo simbolismo.

A nosotros, creyentes, nos ha llamado con nuestros nombres. Nos ha elegido entre el numeroso grupo de discípulos (los bautizados) y la multitud que nos rodea (la humanidad). No nos llama porque lo merecemos o porque valemos más. Nos lo recuerda Pablo: Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados. No hay muchos sabios según la carne. Ha escogido Dios a los débiles del mundo para confundir a los fuertes (1 Cor 1, 26-27). Nos llama para compartir con nosotros los secretos del reino; para que veamos y oigamos lo que los demás no ven ni oyen; para compartir vida y misión.

Con Él, cada mañana, bajamos del monte al llano para encontrarnos con el grupo grande de discípulos (los bautizados) y con una gran multitud (la humanidad entera). Bajamos para, con Él, compadecernos, perdonar, consolar, sanar, pacificar. Para eso hemos sido llamados.

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