Estos tres últimos domingos del tiempo ordinario, antes del Adviento, escuchamos las tres parábolas del capÃtulo 25 del Evangelio de Mateo; las tres, las diez muchachas, los talentos y el juicio final, nos hablan del final de los tiempos.
Entonces el reinado de Dios será como diez muchachas que salieron con sus lámparas a recibir al novio. Cinco eran necias y cinco prudentes.
Aunque los protagonistas de una boda son los novios, la parábola centra su atención en las diez muchachas del cortejo nupcial. Y dedica más atención a las necias que a las sensatas. Se dirÃa que Jesús quiere que analicemos nuestra vida espiritual para que veamos cuánta necedad hay en ella; para que veamos hasta qué punto, sin ser conscientes de ello, estamos construyendo nuestra casa sobre arena.
Pertenezco al grupo de las necias si no dedico tiempo a la oración. No a un ejercicio intelectual de meditación, ni a un ejercicio psicológico de introspección. Para estar en el grupo de las sensatas es necesario orar la Palabra de Dios en la Escritura. Sin esto, caemos en intelectualismos estériles, en formas de piedad sentimentales, o en egocentrismos enfermizos. Igual que no podemos encontrar al Padre sino en el Hijo, tampoco encontramos al Hijo sino en la Escritura.
A media noche se oyó un clamor: ¡Aquà está el novio, salid a recibirlo!
¿Y la novia? La parábola abre ventanas para lanzar al vuelo la imaginación. La novia soy yo; la novia somos todos. Del brazo del novio, que nos ama hasta el extremo, entramos en la sala de bodas. ¿Quizá nos atrevemos a cantar con el corazón las palabras del Cantar: Que me bese con besos de su boca. Mejores son que el vino tus amores (Ct 1, 2)? Luego, una vez dentro de la sala de bodas, ¿quizá nos atrevemos a pedir al novio, imitando a su madre en Caná, para que abra la puerta a las que han quedado fuera? Seguro que también a nosotros nos hace caso.