Cuando bajaban del monte, los discípulos le preguntaron: ¿Por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?
Acaban de ser testigos de la Transfiguración. Continúan ofuscados: la majestuosidad de Jesús, la presencia de Moisés y Elías, la poderosa voz de la nube… Al final, Jesús quedó solo con ellos; tal como le han conocido siempre. Los tres discípulos, todavía enganchados a lo antiguo, hacen una pregunta fuera de lugar. Se hacen eco de la creencia popular del regreso de Elías antes de la llegada del Mesías (Mal 3, 23). Moisés y Elías personifican la Ley y los Profetas a los que Jesús viene a dar cumplimiento.
Él les contestó: Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos.
El profetismo, representado por Elías, se creía extinguido desde Malaquías (cinco siglos antes). Ha reaparecido en Juan: Os digo que Elías ya ha venido. Sigue vivo en Jesús. Pero no ha sido reconocido.
Así se comportó el pueblo más religioso y piadoso con los profetas que Dios les enviaba. Así también con el Hijo del Hombre, que va a padecer a manos de ellos.
El Evangelio de hoy nos recuerda que nuestra sensibilidad puede estar embotada y podemos estar ciegos ante la novedad de Dios en nuestro mundo. Pero Dios tiene empeño en revelársenos y lo hace a través de los acontecimientos y de los profetas. El Bautista fue uno de ellos. Su profetismo fue de carácter ascético, mientras que Jesús encarnó la misericordia entrañable de Dios y su solidaridad universal, empezando por los últimos (Papa Francisco).
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