Después salió de la sinagoga y con Santiago y Juan se dirigió a casa de Simón y Andrés.
De la sinagoga a la casa. De la vieja sacralidad del sábado y del lugar de culto a Dios, a la nueva sacralidad de la casa y de servicio al prójimo. Como vemos en el pasaje evangélico de hoy, la nueva sacralidad lo abarca todo: casa, cotidianidad, personas, naturaleza…
La piedad farisea no ve con buenos ojos desviar la atención a Dios para atender al prójimo. Jesús, en cambio, pone al prójimo por delante de Dios; quiere ser servido en el prójimo. Así lo dice, por ejemplo, en la parábola del Juicio Final; o cuando pide la reconciliación con el hermano antes de la ofrenda al altar. La suegra de Pedro, una vez curada, se puso a servirles descuidando normas de la vieja sacralidad.
Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado, donde estuvo orando.
Es de capital importancia aprender a orar como oraba Jesús. De no ser así, la sintonía con Él será pobre. ¿Tú haces oración de contemplación? ¿Cómo es esa oración? ¿Cómo se hace? Toma el Evangelio en la mano: lees un pasaje breve, imagina lo sucedido y habla con Jesús sobre eso. Así, tu mirada estará fija en Jesús (Papa Francisco).
Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.
La gente y los discípulos le buscan. Quieren que se quede con ellos. Si Jesús les hace caso, también la casa acabará transformándose en instrumento de dominio. Lo de Jesús es salir. Salir del hogar divino y del hogar humano; salir para vivir con y para los demás.
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