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25/11/2024 Lunes 34 (Lc 21, 1-4)

Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie.

Pasa desapercibida. Por ser mujer, por ser mayor, por ser viuda, por ser pobre. Es una persona con la que nadie cuenta. Pero sí que cuenta para Jesús. Tanto que nos la pone como ejemplo a todos nosotros. Es que, para Dios,  el valor de lo que damos no está en las manos, sino en el corazón. No existe la generosidad del amor cuando se da algo que no supone sacrificio; estaremos, más bien, actuando para la galería o tratando de anestesiar la conciencia. El amor se demuestra dando con generosidad y sin cálculos lo que cuesta sacrificio; puede tratarse de dinero, de tiempo, de escucha.

El gesto de la viuda pobre responde bien a la pregunta de qué significa eso de interiorizar el culto y la fe. El secreto del culto agradable a Dios se encuentra en la interioridad del corazón: En ése pondré mis ojos: en el humilde y en el abatido que se estremece ante mis palabras (Is 66, 2).

Contemplamos a la pobre viuda. Vemos que se mueve con gran libertad interior; sin preocuparse de si está siendo observada. Su solidez interior la sitúa por encima de lo que se dice o se piensa. Su gesto se parece al de María de Betania al derramar el frasco entero de perfume muy caro en los pies de Jesús; el perfume favorito de Jesús. Ambos gestos son anticipos de lo que Jesús va a hacer muy pronto dándose hasta el extremo. 

Contemplamos a Jesús. Vemos que observa con atención. Vemos que su mirada penetra hasta lo profundo del corazón. Si fuese por Él, periódicos y telediarios cambiarían por completo. Los protagonistas serían los sencillos y marginados.

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