Salió de nuevo a la orilla del lago.
Todo lugar y todo momento es bueno para proclamar la Buena Noticia con palabras y con obras. Apenas comenzado el Evangelio de Marcos, ya hemos visto a Jesús llevando a cabo su misión en los caminos y aldeas de Galilea, en la sinagoga, en la casa de Simón… Hoy le vemos a orillas del lago: Toda la gente acudía a Él y Él les enseñaba.
Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos y le dice: Sígueme. Él se levantó y le siguió.
Al pasar. Como por casualidad. Muchos discípulos encontraron a Jesús por casualidad: Leví, Juan, Andrés, Zaqueo… Evidentemente nada sucede por casualidad; todo encaja en el proyecto de Dios para cada uno de nosotros.
Sentado en el despacho de impuestos. Leví es un publicano, un excluido de la sinagoga, un excluido del trato con los buenos. Hoy siguen existiendo personas o colectivos excluidos. En el léxico de Jesús no existe la palabra exclusión. Quizá quienes más se acercan a la exclusión son los que nos consideramos buenos. Jesús no tiene reparo en llamar a descarriados y descreídos. Es más; le encanta sentarse con ellos a la mesa.
Sígueme. Basta una palabra para que Leví, toda su vida apegado a su silla, a su mesa y a sus dineros, se levante y lo deje todo. Luego organiza un banquete para celebrar el gran acontecimiento. En aquella mesa, junto a Jesús y sus discípulos, están sentados muchos publicanos y pecadores. Los buenos se escandalizan: ¿Es que come con los publicanos y pecadores? ¡Qué fácil resulta pervertir el Evangelio en nombre de la ortodoxia! Esto se da tanto entre la jerarquía eclesiástica como entre los cristianos de a pie.
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