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13/06/2023 San Antonio de Padua (Mt 5, 13-16)

Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo.

La sal y la luz adquieren sentido cuando hacen el servicio de dar sabor a los alimentos o de iluminar a quien se mueve por la casa. La sal y la luz no son otra cosa que la fe que nos ha sido regalada para ponerla al servicio de los demás. La tierra es insípida y el mundo oscuro. Solamente unos pocos, los creyentes, estamos llamados a poner sabor y luz en la sociedad. La mayoría no puede hacer esa labor. Pero Dios se apiada de todos, como se apiadó de los habitantes de Nínive, incapaces de distinguir entre mano derecha y mano izquierda (Jonás 4, 11).

Pero, ¿cómo ser sal y luz? Ante todo, dejándonos iluminar por quien dijo de sí mismo: Yo soy la luz del mundo (Jn 8, 12). Él, la Palabra, es la lámpara de mis pasos y la luz en mi sendero (Salmo 119, 105). Después, haciendo lo que Dios nos dice por boca de Isaías: Cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía (Is 58, 10). O por boca de Pablo: Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios (1 Cor 10, 31).

La misión del cristiano en la sociedad es la de dar sabor a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha donado, y al mismo tiempo mantener lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo. Estos gérmenes arruinan el tejido de nuestras comunidades que deben, sin embargo, resplandecer como lugares de acogida, de solidaridad, de reconciliación (Papa Francisco).

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