13/07/2025 Domingo 15 (Lc 10, 25-37)
- Angel Santesteban
- hace 8 horas
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Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos asaltantes que lo desnudaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto.
Junto al malherido pasan un sacerdote y un levita; dos hombres, podríamos decir hoy, de misa diaria. Ambos pasan de largo. Junto al malherido pasa también un samaritano; un hombre, podríamos decir hoy, musulmán. Éste, tuvo compasión y, acercándose, vendó sus heridas y le montó sobre su propia cabalgadura.
Jesús había suplicado a quienes le seguían: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo (Lc 6, 36). Los cristianos piadosos podemos caer en la tentación de poner las leyes como norma de vida, como hacían los fariseos; nuestra norma de vida es Jesús, el de los Evangelios. La ley o la devoción pueden convertirse en una venda que nos cierra los ojos y nos impide ver a los prójimos. El Papa Francisco dice que hay creyentes que se refugian en dogmatismos para defenderse de la realidad. Seguir a Jesús nos debe enseñar a tener compasión, a fijarnos en los demás, sobre todo en quien sufre. Y a intervenir como el samaritano: no pasar de largo, sino detenerse.
El Papa Francisco nos dice también, invitándonos a ver a Jesús en los malheridos: ¿Te acuerdas? Aquel emigrante que tantos quieren echar, era yo. Aquellos abuelos solos, abandonados en las casas para ancianos, era yo. Aquel enfermo solo en el hospital al que nadie va a saludar, era yo.
Esta parábola da para mucho. Porque nos invita también a identificar a Jesús con el buen samaritano que se compadeció del malherido. Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó. Es la imagen de Jesús. Como dice san Pablo, siendo rico, por nosotros se hizo pobre (2 Cor 8, 9); Él bajó de su cabalgadura, se acercó, vendó nuestras heridas y nos lleva al lugar de descanso.
Contemplando al Buen Samaritano, nos hacemos eco de sus palabras: Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 13, 34).
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