En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: ¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?
La respuesta de Jesús no deja lugar a duda: en el Reino de los Cielos, el más grande es el más pequeño. Los más pequeños, los más insignificantes, los más pecadores, los más ninguneados…, esos son los que ocupan los primeros lugares del Reino. Jesús nos ratifica con la parábola de la oveja descarriada. La oveja más desgraciada del rebaño, pasa a ser la más envidiada cuando Jesús se presenta ante el rebaño tan contento con la oveja perdida sobre sus hombros.
Cuanto más frágiles y más débiles, más cercanos a Dios. Quizá no lo sentimos, pero así es. Y, hasta cierto punto, podemos comprenderlo ya que amar a quien no puede corresponder ese amor, es la forma más gratuita, y por tanto la más divina, de amar.
Os aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve no extraviadas.
La cercanía de Jesús a quienes los dirigentes judíos consideraban pecadores era una fuerte provocación. Es triste que todavía hoy perdure entre nosotros la idea de un Dios enojado con nosotros por nuestros pecados. El Dios que es Jesús, mira con compasión al pecador y le busca con pasión; incluso antes de que se arrepienta. La oveja descarriada era incapaz de encontrar el camino de regreso, era incapaz de levantarse, era incapaz de facilitar en lo más mínimo la tarea del pastor. No importa. Y no importa, porque Él no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Lc 5, 32); Él ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10).
Gracias y gracias y más gracias por recordarnos la única verdad que nos levanta y nos llena de gozo. La oveja perdida no puede volver, el pastor sabe que tiene que ir a buscarla y va, la encuentra y la carga sobre sus hombros.
¡Gracias por sus comentarios! Los necesitamos, los esperamos, nos llenan de gozo. No se canse. Doy gracias al Señor por usted. Él le abrace de mi parte.