¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
La ceguera de la que habla Jesús consiste en no ver las cosas y las personas como las ve Dios; especialmente las personas. Dios mira a todos con compasión, con misericordia, y la mirada que se parece a la de Dios, transforma las cosas y las personas. También nos transforma a nosotros mismos cuando nos miramos con los ojos de Dios.
¿Cómo hacer para conseguir la conversión de la mirada? San Juan de la Cruz responde: Pon los ojos solo en Él. Santa Teresa pedía a sus monjas: No os pido más de que le miréis. Mirando cómo mira, aprendemos a mirar.
Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la brizna en el ojo de tu hermano.
No es necesario ser una mala persona para hacer juicios negativos y condenatorios de nuestros prójimos. También quienes nos consideramos buenos y piadosos lo hacemos. Llevamos en los genes la ambición de ser más y mejores que los demás. Y, sin ser conscientes de ello, a veces nos lo creemos. La carta de Santiago nos dice: ¿Quién eres para juzgar al prójimo? (Sant 4, 12).
Jesús usa una palabra fuerte: hipócrita. Los que viven juzgando al prójimo, hablando mal del prójimo, son hipócritas. Porque no tienen la fuerza, la valentía de mirar los propios defectos. El apóstol Juan dice que quien juzga a su hermano es un homicida (1 Jn 3, 15). Por lo tanto, cada vez que juzgamos a nuestros hermanos en nuestro corazón, o peor, cuando hablamos con los demás, somos cristianos homicidas (Papa Francisco
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