No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
No penséis. Pero lo piensan. Los piadosos jefes judíos piensan que Jesús sí pretende abolir la Ley y los profetas. Por eso acabarán eliminándolo. Desde su punto de vista no les falta razón. Jesús es un revolucionario que deja en segundo plano el culto y la ley, para fundamentarlo todo en la misericordia, el amor, el perdón.
También a nosotros nos vienen bien las palabras de Jesús. Porque podríamos presumir de una vida piadosa y correcta, pero vivir enrocados en devociones egocéntricas, perdida la capacidad de escucha, sordos a la Palabra de Jesús.
Jesús no mira con buenos ojos el cumplimiento legalista de los mandamientos. Tampoco se complace con quienes viven ocupados consigo mismos. Santa Teresa se lamenta por tantas personas tan buenas como equivocadas: ¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que se quedan consigo mismos! Jesús nos pide algo más profundo que el cumplimiento legalista. Jesús nos pide algo más radical que el vivir para nosotros mismos.
No he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Ya lo había dicho por boca del profeta Oseas: Misericordia quiero y no sacrificios (Os 6, 6). No es que estar imbuido del Espíritu de Jesús signifique despreciar las leyes. Si estoy imbuido del Espíritu de Jesús buscaré el verdadero sentido de toda ley siguiendo a Jesús en su empeño por dar siempre prioridad a la misericordia, al perdón, al amor. Si estoy imbuido del Espíritu de Jesús, la norma suprema será: Amaos como yo os he amado.
Que difícil me resulta el amor y el perdón desde la Ley, desde MIS PROPIAS FUERZAS; un poco menos difícil desde el Espíritu.
De la primera lectura: "nuestra capacidad nos viene de Dios que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva: no de código escrito, sino de Espíritu: porque la ley escrita mata y el Espíritu da vida".