Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo que quien mira a una mujer deseándola ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
El sexto de los diez mandamientos de Moisés prohíbe el adulterio del cuerpo; Jesús va más lejos y prohíbe el adulterio del corazón. La radicalidad de Jesús mira a la limpieza del corazón que todos, célibes o casados, cada uno según su estado, estamos llamados a vivir. La limpieza del corazón suele llamarse castidad; Jesús la ensalza en las Bienaventuranzas: Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios (Mt 5, 8).
Atención a los ojos; sepamos mirar de modo que ni manchemos a otros ni nos manchemos nosotros mismos. Atención a las manos; sepamos tocar de modo que ni hiramos a otros ni nos hiramos a nosotros mismos.
Nos dice san Pablo: ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo (1 Cor 6, 19).
Cultivemos con esmero los buenos aliados de la limpieza del corazón: la oración personal, la disciplina, la amistad del alma… Siempre atentos ante los enemigos de la limpieza del corazón: la liviandad, el machismo, las compañías tóxicas…Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo (Ef 6, 11).
Jesús dignifica a la mujer y la pone al mismo nivel que el hombre, porque toma aquella primera palabra del Creador: los dos son imagen y semejanza de Dios. El hombre solo, sin la mujer al lado - tanto como madre, como hermana, como esposa, como compañera de trabajo, como amiga - no es imagen de Dios (Papa Francisco).
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