14/07/2025 Lunes 15 (Mt 10, 34 - 11, 1)
- Angel Santesteban
- hace 8 horas
- 2 Min. de lectura
No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada.
Lo de hoy es el final del discurso de la misión que comprende todo el capítulo 10 del Evangelio de Mateo. Jesús concluye poniendo las cosas claras a sus seguidores para evitar subterfugios y mediocridades.
No he venido a traer paz, sino espada. Es lo que le tocó vivir a Él en persona: Ni sus parientes creían en Él (Jn 7, 5). Parientes convencidos de que le querían mucho y de que buscaban lo mejor para Él. Parientes que, con la mejor de las intenciones, tratan de impedir su misión: Fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: Está fuera de sí (Mc 3, 21).
No he venido a traer paz, sino espada. También dentro del grupo de los discípulos. Porque para todos es difícil la apertura a lo esencial del mensaje de Jesús: la fraternidad y la gratuidad. De ahí nuestra facilidad para tergiversar el Evangelio pensando que hacemos un servicio a Dios.
No he venido a traer paz, sino espada. Solamente llega a entender estas palabras quien está seriamente embarcado en el seguimiento de Jesús. Él es la paz y Él es la espada. Él, quien, cuando vivimos cerrados en nosotros mismos, nos abre a realidades ajenas al yo. Él es la paz y Él es la espada tanto en lo personal como en lo social.
El que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. Atención a tantas maneras ambiguas del seguimiento. Las hay evidentemente malas, y las hay aparentemente buenas. Sobre estas últimas, recordemos que el peor enemigo de lo mejor no suele ser lo malo, sino lo que parece bueno.
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