Mientras paseaban juntos por Galilea, Jesús les dijo: Este Hombre será entregado en manos de los hombres que le darán muerte. Pero al tercer día resucitará. Ellos se entristecieron profundamente.
No parece el momento más oportuno para semejante anuncio. Están disfrutando de un tranquilo paseo y Jesús decide anunciar por segunda vez su muerte y resurrección. El primero lo había hecho poco antes (Mt 16, 21), justo después de ser proclamado por Pedro Mesías e Hijo de Dios.
Pero quizá el momento no sea tan inoportuno. Están paseando por los campos de Galilea, y la contemplación de la naturaleza es una buena ayuda para comprender el ciclo de la vida y entender que a la oscuridad de la noche sigue la luz del amanecer, y que la semilla que cae en tierra y muere da mucho fruto.
Para no dar motivo de escándalo, ve al lago, echa un anzuelo y al primer pez que pique agárralo, ábrele la boca y encontrarás una moneda. Tómala y paga por mí y por ti.
Jesús piensa que Él, por ser quien es, no está obligado a pagar el tributo del templo. Pero no quiere escandalizar a personas poco maduras por algo de tan poca importancia. San Pablo nos dice: Todo es puro, pero es malo comer provocando la caída de otro (Rm 14, 20). Lejos de nosotros la arrogancia de quien se cree fuerte: Nosotros, los fuertes, tenemos que cargar con las flaquezas de los débiles y no buscar nuestra propia satisfacción. Busque cada cual la satisfacción del prójimo para lo bueno y lo constructivo (Rm 15, 1-2).
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