Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él.
La buena convivencia es de la mayor importancia para una vida de bienestar interior y exterior. Y la fraternidad es la más cabal manifestación de una vida vivida de acuerdo con el Evangelio, según aquellas palabras de Jesús: como yo os he amado.
Evidentemente, ningún grupo humano está formado por personas perfectas; ni en la familia, ni en la comunidad religiosa. Todos tenemos nuestras limitaciones y todos necesitamos el apoyo de los demás. Por eso, lo que importa no es el que aparezcan o no los conflictos, sino el saber gestionarlos. A esto apuntan las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy.
El Señor nos quiere responsables del bienestar del hermano. Ni distantes, ni intolerantes. La relación con el Señor se plasma en la relación con el hermano. No nos engañemos con piedades intimistas que nos lleven a pensar que el Señor está satisfecho con nosotros. El verdadero amor es el de la fraternidad. Como dice santa Teresita, el verdadero amor consiste en sobrellevar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar.
Rezando el Padrenuestro pidamos el pan, la entrega, la paciencia, el cariño de cada día hacia el hermano. Pidamos también el perdón generoso y gratuito. Pidamos amar como Él nos ha amado.
No es fácil poner en práctica esta enseñanza de Jesús, por varias razones. Existe el temor de que el hermano o la hermana reaccionen mal; a veces no hay suficiente confianza con él o ella. Pero cada vez que hemos hecho esto, hemos sentido que era justo el camino del Señor (Papa Francisco).
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