Esta generación es una generación malvada; pide un signo, pero no se le dará otro signo que el signo de Jonás.
En nuestros días esta frase de Jesús podría ser pronunciada por cualquiera de nosotros refiriéndonos a nuestra sociedad o a nosotros mismos. Porque, aunque es cierto que proclamamos nuestra fe en Jesús Dios verdadero y hombre verdadero, esta fe no penetra a lo más profundo de nuestro ser.
Hay cristianos que encuentran difícil creer. Su razón encuentra complicado aceptar esta verdad central del cristianismo. ¿Una persona que es hombre y es Dios? Absurdo para los no creyentes; complicado para algunos creyentes.
Pero hay cristianos a quienes resulta sencillo creer. Son los sencillos, los pobres de corazón, los que no se preguntan si lo de la fe es absurdo o razonable. Tampoco se ven a sí mismos con autoridad como para erigirse en referentes de la verdad. Un día, Jesús, en un arranque de gozo, exclamó: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito (Lc 10, 21).
Santa Teresa tuvo claro que el camino para penetrar en el misterio de Dios es el de ésta, la más escandalosa verdad del cristianismo: la de la humanidad de carne y hueso de Dios en la persona de Jesús. Teresa lo dice así en el libro de su vida: He visto claro que por esta puerta de la humanidad de Jesús hemos de entrar si queremos que Dios nos muestre sus grandes secretos.
En verdad, a esta generación no se le dará otro signo sino el de Jonás: es el signo que predice la muerte y resurrección de Jesús.
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