Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: La venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente, ni se dirá: Vedlo aquí o allá, porque, mirad, el Reino de Dios ya está entre vosotros.
El Reino de Dios que Jesús proclamaba era tan distinto de lo que los fariseos imaginaban y esperaban. Es también muy distinto de lo que a nosotros, seguidores de Jesús, nos gustaría que fuese. Cuando Jesús trataba de explicarlo en parábolas, utilizaba siempre palabras serenas, tranquilas; utilizaba también figuras que decían que el Reino de Dios estaba escondido (Papa Francisco).
El Reino de Dios ya está entre vosotros. Otra traducción, correcta según los estudiosos, dice: El Reino de Dios ya está dentro de vosotros. Si la luz del Espíritu ilumina nuestros ojos, veremos y viviremos esa presencia.
Jesús, en la última cena, nos dice: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14, 23). Santa Teresa comenta: Entendamos que llevamos dentro cosa mucho más preciosa que las que vemos fuera de nosotras. No nos imaginemos huecos en lo interior (C 28, 10).
La vivencia íntima de la inhabitación de Dios-Trinidad en nosotros lo hace todo diferente. Es ahí, en lo más profundo, donde va a realizarse el encuentro divino, donde el abismo de nuestra nada, de nuestra miseria, va a hallarse frente a frente con el abismo de la misericordia, de la inmensidad, del todo de Dios. Es ahí, donde lograremos la fuerza necesaria para morir a nosotros mismos y donde, perdiendo nuestra manera personal de ser, quedaremos transformados en amor (Santa Isabel de la Trinidad).
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