Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.
Jesús ora con la certeza de recibir lo que pide. Sabe que la voluntad del Padre es que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día (Jn 6, 39). Sabe que yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano (Jn 10, 28).
Para que sean uno como nosotros. De este eterno amor entre el Padre y el Hijo, que se extiende en nosotros por el Espíritu Santo, toma fuerza nuestra misión y nuestra comunión fraterna; de allí nace siempre nuevamente la alegría de seguir al Señor (Papa Francisco).
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió, porque no son del mundo, igual que yo no soy del mundo. No pido que los saques del mundo, sino que los libres del maligno.
Jesús no pide para los suyos ni ausencia de problema ni éxitos humanos; pide la fortaleza para superar la siempre presente tentación de la mundanidad. El mundo es todo aquello que obstaculiza el Reino y se interpone en el camino de la plenitud de vida de los hombres. El mundo se mueve fuera de la órbita de la gratuidad y de la paz, para girar en la órbita de la egolatría y de la violencia. Pero Él ha venido no para juzgar al mundo, sino para salvarlo. La luz triunfa sobre las tinieblas, porque en la plenitud de los tiempos todo tendrá a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).
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