Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de Dios.
La justicia antigua, la de letrados y fariseos, se basaba en la ley: Desconocen la justicia de Dios y se empeñan en establecer la suya propia (Rm 10, 3). Pero ahora ha llegado la hora en que los que dan culto auténtico, darán culto al Padre en espíritu y verdad (Jn 4, 23). Por eso Pablo quiere ser hallado en Él, no contando con una justicia mía basada en la ley, sino en la fe en el Mesías, la justicia que Dios concede al que cree (Flp 3, 9).
Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el homicida responderá ante el tribunal. Pero yo os digo…
Para una mentalidad egocéntrica, sea la legalista de entonces, sea la refinada de nuestra sociedad, es suficiente con no matar y no meternos con los demás. Para Jesús eso es absolutamente insuficiente.
Si mientras llevas la ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja la ofrenda delante del altar; ve primero a reconciliarte con tu hermano…
Otro precepto revolucionario de Jesús: primero el hermano, luego Dios. ¿Y yo? Yo, el último: No hagáis nada por ambición o vanagloria, antes con humildad tened a los otros por mejores (Flp 2, 3). Así nos lo dijo: quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo (Mt 16, 24).
El Papa Francisco nos dice que si tenemos un problema con un hermano, pongámonos enseguida a buenas. Así el Señor nos enseña también un sano realismo: muchas veces no se puede llegar a la perfección, pero al menos haced aquello que podáis, poneos de acuerdo para no llegar a juicio.
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