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15/06/2024 Sábado 10 (Mt 5, 33-37)

También habéis oído que se dijo a los antiguos: No perjurarás y cumplirás tus juramentos al Señor. Pues yo os digo que no juréis en absoluto.

Si, como dijo Jesús, todos conocen que somos seguidores suyos porque nos amamos los unos a los otros (Jn 13, 35), ese amor será garantía de sinceridad: de que lo dicho con la boca coincide con lo sentido en el corazón. Claro que, como no podemos ofrecer garantías de que la sinceridad coincida con la veracidad, las palabras deberán brotar envueltas en humildad, sin adoptar actitudes dogmáticas o intolerantes. En un clima evangélico de sinceridad y transparencia no son necesarios los juramentos; ni personales ni institucionales. Evidentemente, nos falta un largo camino por recorrer en esto de los juramentos institucionales: Que vuestra palabra sea sí, sí; no, no. Lo que pase de ahí procede del Maligno.

Jesús quiere que quienes le seguimos disfrutemos de una calidad de vida superior. Uno de los requisitos para esa calidad de vida es la confianza mutua. Este clima de confianza hará que, incluso quienes no están con nosotros, lleguen a fiarse de nosotros. Para el cristiano, tanto el pensar como el hablar, deben tener siempre como punto de referencia Aquel que dijo: Yo soy la Verdad (Jn 14, 6). Teniendo en cuenta que la Verdad es el Amor, porque Dios es Amor (1 Jn 4, 16).

Siendo el Amor la suprema Verdad, las verdades que hacen daño no son la Verdad. Por eso, me sitúo fuera de la Verdad cuando, en nombre de lo que creo ser cierto, hago daño a mis prójimos. Es cuestión de discernimiento puntual; discernimiento que se apoya en la Palabra de Dios y que puede ser asistido por la amistad del alma.

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