15/09/2025 Santa María de los Dolores (Jn 19, 25-27)
- Angel Santesteban
- hace 2 horas
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Junto a la cruz de Jesús estaba su madre.
Ayer era la cruz; hoy, la madre a los pies de la cruz. La cruz ha sido fiel compañera de María desde la concepción de Jesús hasta la crucifixión. Se lo había anunciado el anciano Simeón: Una espada te atravesará el corazón (Lc 2, 35).
Contemplando a María junto al Hijo muerto, evocamos las palabras del profeta: Ved si hay dolor semejante al mío (Lam 1, 12). ¿Dónde quedan las palabras del ángel que le anunciaba que su hijo sería grande, que se sentaría en el trono de David, que su reino no tendría fin? Ella, como Abrahán, esperó contra toda esperanza (Rm 4, 18). María, al pie de la cruz, es la imagen de una vida vivida en fe oscura, no en visión clara.
Contemplando a María junto al Hijo muerto, entendemos mejor que cuando la promesa de gloria parece desvanecerse, entonces es cuando la fe nos sostiene en la esperanza. Porque a todos nos llega la hora en que necesitamos una fe como la de María; cuando todo parece gritar que todo es absurdo. Es la noche de la fe. La misma que probó Jesús en Getsemaní. Fe oscura que hace que María comprenda de manera misteriosa que este momento de la cruz es decisivo en la historia de la salvación.
A María le encantaría que, igual que tratamos de acompañarla y participar en su dolor, tratemos también de participar en su consuelo. El consuelo que viene del don de la fe, tal como proclama san Pablo: Bendito sea Dios que nos consuela en toda tribulación para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación (2 Co 1, 3-4).
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