Le dice la mujer: Señor, dame de esa agua para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.
Santa Teresa dice que donde esté el libro de los Evangelios que se quite todo otro libro por muy concertado que sea. Teresa tenía, además, especial predilección por algunas de sus páginas y por algunos de sus personajes. Esta página del encuentro de Jesús con la samaritana es una de ellas. Le encanta contemplar a Jesús dialogando con la samaritana y se siente muy identificada con la mujer. Se ve reflejada en ella, porque Jesús la ha seducido a ella igual que sedujo a la samaritana junto al pozo de Jacob.
Teresa sabe bien que tampoco ella ha puesto nada de su parte para gozar de la plenitud de vida que Jesús le da. Vive en primera persona la experiencia del amor de la que habla el profeta: La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo (Is 62, 5).
Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le habrías pedido a Él, y Él te habría dado agua viva.
Teresa es buena conocedora del don de Dios, buena conocedora de las cosas mayores que Jesús prometió a Natanael (Jn 1, 50). Por eso siente lástima de quienes persisten poniendo los ojos en sí mismos y quedan anclados en la ascética y en el cumplimiento de los mandamientos. Escribe en el capítulo 22 del libro de su vida: ¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que se quedan consigo mismos!
Teresa recibió del Señor la gracia de comprender los horizontes del amor (Papa Francisco). ¿Llegaremos nosotros a comprender esos horizontes? Es cuestión de pedirlo. Así de sencillo. Porque, pedid y se os dará.
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