¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos…
El padre ordena a los dos hijos que vayan a trabajar a la viña. El primero se niega, pero luego, arrepentido, obedece. El segundo acepta, pero luego desobedece.
Recordemos que Jesús dirige esta parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo (v 23). Son personas respetadas, intachables; como dice Pablo de sí mismo en su época farisea (Flp 3, 6). Lo que pasa es que es una religiosidad reducida al cumplimiento de la ley. No han sido asimiladas las palabras del salmo rezadas con frecuencia: No te complaces en sacrificios, si ofrezco un holocausto, no lo aceptas. Dios quiere el sacrifico de un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias (Salmo 51, 18-19). La parábola debe ser un toque de atención para quienes nos consideramos muy religiosos pero albergamos un corazón escaso de humildad y de misericordia.
Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo predican el arrepentimiento a los pecadores y rezan por ellos. Ellos mismos no lo necesitan. Jesús ridiculiza esta actitud repetidas veces. Recordemos, por ejemplo, la parábola del fariseo y del publicano. Hoy lo hace de forma estrepitosa: Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el reino de Dios.
El Papa Francisco nos dice que la fe nos la jugamos no en las intenciones ni en los discursos o gestos religiosos que hagamos, sino en que nuestras actitudes y forma de estar en la vida remitan a la de Jesús y a los valores del Reino. Jesús anuncia que personas sin credibilidad social como los recaudadores de impuestos y las prostitutas, que se han abierto a su mensaje, estarán delante de nosotros en el Reino.
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