¿Con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado endechas y no os habéis lamentado.
Algunas parábolas podrían agruparse bajo el título de ‘parábolas del rechazo’. Esta es una de ellas. Jesús supo más de rechazos que de reconocimientos. La parábola se hace eco de una antigua y repetida denuncia que Jesús cita en otro lugar: Este pueblo me honra con sus labios mientras su corazón está lejos de mí (Mt 15, 8-9). Y, sin embargo, aquel pueblo tan religioso, comenzando por sus dirigentes, estaba convencido de disfrutar del favor de Dios. ¿Sería posible que también nosotros viviésemos en ese mismo engaño? Es posible.
A nosotros nos han tocado una sinfonía festiva que comenzaba con el himno Gloria a Dios de Belén. El fascinante ritmo de esa música marcó la vida del niño de María. Tanto que vivió como embriagado o desquiciado. Sus parientes llegaron a pensar que estaba loco (Mc 3, 21).
Vivimos en el engaño cuando asociamos lo cristiano con la rigidez de la ley, y permanecemos sentados censurando cualquier movimiento. No es así como atraeremos a otros a este Señor nuestro que lo primero que hizo con sus discípulos fue llevarles a una fiesta de bodas. No podemos ir por la vida con cara de funeral, ni hacer de nuestra Iglesia un museo de antigüedades. Ni podemos ir por la vida criticándolo todo sin comprometernos con nada.
Lo peor no es que la mayoría de la gente siga rechazando a Jesús. Lo peor es que quienes nos decimos seguidores suyos permanezcamos sentados y no vivamos embriagados por la música festiva de su Evangelio.
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