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16/01/2024 Martes 2º (Mc 2, 23-28)

El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del Hombre también es señor del sábado.

Apenas concluida una disputa comienza otra; ayer era sobre el ayuno, hoy es sobre el sábado. Ambos asuntos son fundamentales en la religión judía.

Los fariseos creen que las leyes hay que cumplirlas a rajatabla porque son expresión de la voluntad de Dios. Olvidan que la finalidad de Dios al promulgar las leyes es el bien del hombre. Todo, ayuno, templo, sábado, todo debe estar al servicio de la persona humana. Cuando se pierde esta perspectiva, la ley se convierte en instrumento de opresión, y Dios en estorbo para la vida. Una ley que no mira al bien del hombre, una ley sin caridad, pierde su razón de ser.

A los fariseos no se les puede acusar de relativismo ya que tienen principios y convicciones muy firmes. Pero sí se les puede acusar de irse al otro extremo, llegando a absolutizar lo relativo. El suyo es el culto de la ceremonia y del protocolo; lo suyo es la institución religiosa carente de humanidad. Consiguen secuestrar a Dios encerrándolo en la jaula del legalismo.

La tentación del legalismo acecha siempre tanto al cristiano como a la institución eclesial. San Pablo se lo hace ver a la comunidad cristiana de Galacia que está siendo infectada por cristianos venidos del judaísmo: Me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para pasaros a otro evangelio; no que sea otro, sino que hay algunos que os están turbando y quieren deformar el Evangelio de Cristo… Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea maldito! (Gal 1, 6-10).

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