No ruego solo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno.
Son las últimas palabras de Jesús antes de su pasión. Pide al Padre la unidad de todos los que creemos en Él: Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Donde reina la verdad suprema, la verdad del amor, hay unidad. Donde reinan verdades impostoras, la unidad se resquebraja. Son muchas las verdades impostoras: ideologías, personalismos, mundanidad…
Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado.
Jesús ora al Padre en alta voz. Los discípulos escuchan. Él sabe que no están en disposición de entenderle, pero quiere que le oigan. A pesar de todos los pesares, confía en ellos. Porque les quiere y porque sabe que el Espíritu se encargará de que un día lo entiendan todo: El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa (Jn 16, 13).
Que todos sean uno.
Los discípulos hemos de intentar encarnar en nuestra vida este deseo y esta oración de Jesús de la manera más universal y más intensa posible. Entendamos que la verdadera unidad, la del Espíritu, está siempre ahí, aun cuando parezca que los desatinos humanos la eliminan. La unidad entre nosotros y el Padre, entre los prójimos y yo, está garantizada, porque el Dios-Amor, Verdad-Realidad suprema, supera toda torpeza humana. Seguros de este señorío absoluto del Dios-Amor, viviremos en la paz y transmitiremos paz: Por eso se me alegra el corazón y mi carne descansa serena (Salmo 15).
Yorumlar