Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre.
La gran familia del Carmelo celebra con gozo la fiesta de nuestra Madre y Señora la Virgen del Carmen. Cualquier página mariana del Evangelio encaja perfectamente con esta fiesta. Tan apropiada es la escena del Calvario como la de Caná. La devoción del Carmelo hacia la madre de Jesús está marcada por la devoción de los grandes santos carmelitas. Todos ellos ponen los Evangelios en el centro de su marianismo. Santa Teresa era enemiga de devociones a bobas. Era, sí, amiga de libros; pero, ante los Evangelios, que arrincona todo otro libro por muy concertado que sea.
La Virgen del Carmen es la del Evangelio, desde la Anunciación hasta la cruz. Es la mujer que cree, que se fía, que se abandona en los brazos de Abbá, igual que su niño se abandonaba en sus brazos de madre.
La Virgen del Carmen es la mujer del AMEN; del hágase en mí según tu palabra; del, aunque no tengo idea de lo que esto puede significar para mí, no me importa porque me fío plenamente del Señor.
La Virgen del Carmen es la mujer que guardaba todas estas cosas en su corazón. La contemplativa. Por tanto, la sencilla, la humilde, la sabia. La que, al decir de un poeta inglés, ve el universo en un granito de arena, el paraíso en una flor silvestre, todo el infinito en la palma de la mano, la eternidad en el transcurso de una hora.
El Papa Francisco nos dice: Ella nos precede y con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios, nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras.
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