Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él.
La corrección fraterna es tan importante como delicada. Tiene todo que ver con la convivencia; por tanto, con el mandamiento de Jesús de amarnos unos a otros como Él nos ha amado. Es el asunto primordial de nuestra vida. En toda convivencia hay roces, tensiones y malentendidos. Es normal que, en ocasiones, algún prójimo se me haga difícil o insoportable. Por eso una sana vida fraterna exige realismo y discernimiento. Y perdón. ¿Me gusta a mí que me corrijan mis faltas y defectos? Porque no siempre estoy dispuesto a escuchar, a reconocer mis errores, a corregir mi conducta. La cosa es delicada. Si hiero a mi prójimo diciéndole una verdad, mejor callármela.
Santa Teresita escribe al final de su vida: Dios me ha concedido la gracia de comprender lo que es la caridad. Es cierto que también antes la comprendía, pero de manera imperfecta. Yo me dedicaba a amar a Dios. Meditando el mandamiento de Jesús de amarnos como Él nos ha amado, he comprendido lo imperfecto que era mi amor a mis hermanas y vi que no las amaba como las ama Dios. Sí, ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar.
Todo esto nos conduce a la necesidad de la oración para vivir el mandamiento del amor: Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. La oración callada y confiada siempre será más poderosa que las palabras, por muy lúcidas que sean.
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