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16/08/2024 Viernes 19 (Mt 19, 3-12)

¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer? Y dijo: Por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer y los dos se hacen una sola carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne. Así pues, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

Los hizo hombre y mujer. Así lo dice el relato de la creación: Creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; hombre y mujer los creó (Gen 1, 27). Y si Dios es amor, el hombre y la mujer, sus criaturas, han sido creadas para ser imágenes del amor; para, como Él, generar vida amando; importa poco que sea como casados o como célibes.

Gran misterio es éste, dice san Pablo refiriéndose al matrimonio cristiano: Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella (Ef 5, 25). Gran misterio es también el del celibato por el Reino: No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Si lo esencial del Dios de Jesús, del Dios que es Jesús, es el amor, lo esencial del matrimonio y del celibato cristianos es igualmente el amor. Lo opuesto al amor, por tanto al matrimonio o celibato cristianos es el desamor o egoísmo.

El verdadero amor siempre busca el bien del otro. El verdadero amor no es interesado, sino gratuito; por eso nunca encuentra pretextos para romperse. Por eso también, el sacramento del matrimonio o los votos religiosos son, en principio, definitivos. Aunque siempre seremos comprensivos con la fragilidad y el egoísmo humanos.

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