16/09/2025 Santos Cornelio y Cipriano (Lc 7, 11-17)
- Angel Santesteban
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Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda.
El encuentro es imprevisto y la reacción de Jesús inmediata. Jesús se emociona ante el drama de la pobre madre. La actitud de Jesús ante la gente es distinta a la del Bautista. Al Bautista le preocupaban los pecados; a Jesús, el sufrimiento. No vemos en el Bautista gestos de bondad. Jesús, sí; hace lo que está en su mano para aliviar el sufrimiento. La mujer no pide nada; quizá ni conoce a Jesús.
Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: No llores.
Es la primera vez que Lucas da el título de Señor a Jesús; quiere hacer ver su señorío sobre toda realidad, también sobre la muerte. Con Jesús llega la vida en plenitud y la muerte ha sido vencida (1 Cor 15, 54).
Ante la triste situación que se presenta, Jesús no se limita a sentir compasión. Toma la iniciativa y se dirige primero a la mujer: No llores. Luego toca el ataúd y los que lo llevaban se detuvieron.
También nosotros nos detenemos. Para pensar que también nosotros sentimos compasión ante las barbaridades que se cometen en nuestro mundo; por ejemplo, ante tantos niños asesinados impunemente… Sentimos compasión e indignación. Pero, ¿quizá nos quedamos ahí, con esa reacción emotiva? Las atrocidades que contemplamos deberían movernos a hacer lo que está en nuestras manos para aliviar las penas de quienes tenemos cerca. O nuestros sentimientos serán conmociones vanas.
El Papa Francisco decía: Cuando vemos estas cosas que nos llegan a través de los medios de comunicación, ¿se nos mueven las vísceras? ¿Palpita el corazón con esa gente? ¿Y después qué? ¿Todo termina ahí?
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