Al salir vio a un publicano llamado LevÃ, sentado junto a la mesa de recaudación de los impuestos.
Lo de Pablo, en el camino de Damasco, fue más espectacular: Me envolvió de repente una gran luz venida del cielo (Hechos 22, 6). Lo de LevÃ, sentado en su despacho, fue menos espectacular pero no menos fulminante: SÃgueme. Y LevÃ, dejándolo todo, se levantó y le siguió.
Contemplando el firmamento en una noche estrellada admiramos el señorÃo de Dios sobre el universo. Contemplando a Pablo y a Levà vemos su señorÃo sobre los hombres. Lo que quiere, lo hace; sin violentar nuestra libertad. Pablo y Levà están encantados de lo que Dios hace con ellos: Levà le ofreció en su casa un gran banquete.
Los fariseos y letrados murmuraban y preguntaban a los discÃpulos: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?
La separación y la exclusión eran elementos connaturales a la religiosidad judÃa. En lo religioso, sacerdotes y fariseos usaban distintos medios para distinguirse y distanciarse de los demás. En lo social, el colectivo de las prostitutas era el más despreciado de la sociedad; el de los publicanos, el más odiado.
También a nosotros trazamos sin reparos lÃneas divisorias: aquà los buenos y allà los malos, aquà los de derechas y allà los de izquierdas… Jesús escandaliza a los buenos eliminando toda lÃnea divisoria.
No vine a llamar a justos, sino a pecadores para que se arrepientan.
Todos somos pecadores. Es nuestro tÃtulo y es también nuestra posibilidad de atraer a Jesús a nosotros. Jesús viene a mà porque soy pecador. Por eso vino Jesús, por los pecadores, no por los justos (Papa Francisco).